14.9.08

"pause"

El otro día, en una charla sobre musicalización, mencionaron un momento particular que se dá, al que se llega, se siente, inevitable, cuando se pasa música: el punto de inflexión.

Quedó anotado así, escueto y jeroglífico, en mi cuaderno nuevo.
Intenté no colgarme y lo logré, pero evidentemente anduvo rondando el concepto sin que me diera cuenta.

En ese punto uno puede elegir (y debe decidir) qué rumbo va a tomar, cómo va a seguir un set, si quiere que "la gente" termine moviendo el piecito o reflexionando y prestando atención, en una pista de baile o en un taxi.
Para obtener el resultado deseado se requiere conocimiento, intuición, intención, alegría y cojones para bancarse lo que venga después.

Seguro ya me adivinaron (y no descubro nada que no se haya escrito antes y mejor): en esta manía de las analogías, no puedo dejar de pensar que todo tiene un punto de inflexión.

Las leyes de la matemática y la física no dejan de regirnos, lo sepamos o no.

Todas nuestras relaciones, familia, trabajo, amigos, maestros, parejas y hasta los vecinos. La política, la economía, la historia, el arte, la ciencia, ejemplos al paso y sin ánimo de falsa erudición.

En este tránsito cotidiano, la vida nos pone (muchas veces porque los buscamos) en esos momentos, sutiles o brutales. El ritmo cambia, y uno elige bajar o subir un semitono, acelerar los bits, y habilita a toda la melodía para desarrollarse en otra dirección, dejando otro millón de opciones de lado.

Maravillosa humana capacidad, tan creativa como arbitraria o destructiva.

Lo que entiendo cada vez más es que la música es el arte que más capacidad tiene para crear un momento, acentuarlo, reflejarlo o recordarlo más intenso de lo que quizás fue.

Por si mi intuición me fallaba, vuelvo a Kandinsky y releo:
"La música puede producir frutos inalcanzables para la pintura".

Y como estoy, confieso, atravesando uno de esos puntos de inflexión nada sutiles, me disculparán si mis apariciones por el blog se hacen esporádicas (más, bah).

Es que mientras se maneja y se anda pensando en cambiar de carril, sin mapa y adivinando un paisaje que todavía no se vé, hay que estar con las luces altas y los sentidos alertas.

Y el silencio se vuelve indispensable para elegir bien la próxima canción y dar…"play".